Risas
Esa noche de truenos y aire húmedo era perfecta para
que Tomás le contara a su hijo Federico la historia de ese cumple de nueve que
cambió su vida.
—Era 1806 cuando yo cumplía 10 años. Para ese cumple
con todos mis amigos, mi papá había contratado a un payaso. Por desgracia, no
era el mejor que pudo haber encontrado. No le salía ningún truco y no era para
nada gracioso. A mi amigo Enrique no se le ocurrió otra idea que hacerle una
broma. Me dio un petardo para que le lanzara mientras andaba en monociclo, y me
dijo: “Que parezca un accidente”. Cayó al suelo al instante y, lamentablemente,
murió de un golpe en la nuca.
Un año después, cuando me mudé a otra casa, empezó
todo. Por las noches escuchaba risas y veía sombras. Más raro se volvió cuando
empecé a encontrar aparatejos de payaso y ver sus huellas. Pero una noche todo
se volvió más sombrío. Eran las tres de la mañana. Toda la familia se había ido
de la casa después de comer, cuando se cortó la luz. Mi hermanito desapareció
y lo encontramos en el piso de abajo
tirado en el suelo con una peluca de payaso a su lado. Desde el patio, se
escuchaban risas. De pronto me enfrenté al mismísimo payaso que me dijo: “Que
parezca un accidente”. Y rápidamente soltó una soga y un árbol cayó sobre mi
cabeza…
—Pero, papá: ¿Moriste?
—No, a la noche siguiente me desperté en una clínica
y mi madre estaba allí también acompañándome.
En ese momento, se apagaron las luces. Primero
vieron la peluca, después el monociclo, la nariz del payaso… Y sus ojos blancos
y siniestros: “Que parezca un accidente”, dijo.
Al otro día, encontraron sus cuerpos. De la casa salía
un fuerte olor a gas…
Julián Bousiguez
¡Muy buen relato, Julián!
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